NON TEN DESPERDICIO:
Quitándose del camino
Por Naomi Aldort
Nosotros satisfacemos las necesidades de nuestros hijos, les damos protección y les exponemos a las posibilidades de la vida. Sin embargo, no nos entrometemos en sus juegos, aprendizaje, creatividad, o cualquier otra forma de crecimiento. Los amamos, abrazamos, alimentamos, compartimos, escuchamos, respondemos y participamos cuando nos lo piden. Pero, mantenemos a nuestros hijos libres de los insultos y manipulación resultantes de comentarios "útiles" e ideas –influencias frente a las que los niños son muy sensitivos en su estado de dependencia.
Auto-disciplina de los padres
Este tipo de disciplina no es fácil. No es solo que no está apoyada por nuestra sociedad, si no también que la tentación de romper las "reglas" vive dentro de nosotros. El impulso de intervenir en las actividades de los niños está enraizado en nuestra educación y reforzado por nuestra cultura.
Para mí, la parte más difícil de vencer ha sido el impulso narcisista de jactarme de mis hijos. Un día, cuando nuestro hijo mayor tenía dos años, tocó una escala sin errores en el piano. Yo estaba impresionada, pero a pesar de esto me mantuve firme en mi norma y permanecí fuera de su camino. Estando libre para jugar por su propio amor e interés, y no para complacerme, él fue mejorando su escala con tremenda alegría y concentración durante un tiempo considerable. No caí en la trampa si no hasta que mi esposo regresó a casa. No pudiendo esperar por una repetición de su interpretación cuando él mismo estuviera listo, traté en forma cubierta de dirigir a nuestro hijo al piano y de que hiciera su "truco".
Como no estaba entrenado para hacer las cosas para complacer a otros, no pudo ser engañado. Él sintió el engaño y se rehusó a tocar. Pasaron algunas semanas antes de que se sumergiera nuevamente a sí mismo en su escala. Este niño ama hacer cosas por otros, disfruta ayudando y sirviendo; pero, cuando hace algo fuera de su propio interés, es así como debe ser considerado.
Aunque la auto-disciplina requerida de los padres demanda mucho esfuerzo, esta se vuelve un sexto sentido con el tiempo y la experiencia. Para mí, este tipo de disciplina se desarrolló gradualmente, empezando por el "conocimiento descriptivo"1 y culminando en un estado auténtico de permanencia fuera del camino, algunos años atrás. Mis principales aliados han sido mis reflexiones como madre y educadora, el libro de Danel Greenberg "Por fin libres", y conversaciones con Jean Liedloff, autora del Concepto del Continuum, sobre dejar a los niños ser ellos mismos.
Al principio, pensaba que comentar, dar reconocimiento y elogios a los niños por sus logros expresaba amor y construía su auto-estima. Con el tiempo, me di cuenta de que estas intervenciones bien intencionadas hacen justamente lo contrario: incentivan la dependencia en la validación exterior y acaban con la auto-confianza de los niños. Los niños que son sujetos de comentarios interminables, reconocimientos y halagos eventualmente aprenden a hacer las cosas no por su propio placer, si no para complacer a los demás. El satisfacer a los demás se convierte en su principal motivación, reemplazando impulsos provenientes del auténtico yo, causando su pérdida.
Contrariamente a la creencia común, los niños se sienten más amados y seguros de sí mismos cuando no intervenimos en sus actividades. Ellos no solamente permanecen seguros de nuestro amor y apoyo cuando nos abstenemos de intervenir, si no también necesitan de nosotros para protegerlos de estas intromisiones, que pueden interferir con su progreso, auto-confianza y bienestar emocional.
Cuando intervenimos con halagos, demandas, consejos y recompensas, las dudas entran a hurtadillas y hacen perder la confianza de nuestros hijos en sí mismos y en nosotros. Siendo sensibles e inteligentes, perciben que nosotros tenemos un plan: que los estamos manipulando hacia un resultado preferido o "mejorado". Esta conciencia los hace pensar "Tal vez lo que yo estoy tratando de lograr está mal- No puedo confiar en que yo soy capaz de saber o de escoger". o "mamá y papá tienen un plan que yo debo cumplir si quiero tener su aprobación y amor".
Gradualmente ocurre un cambio. Los niños que una vez hacían las cosas para su propia satisfacción personal o comprendiendo que lo estaban haciendo para complacer, no creen más en sus acciones y no confían más en nosotros ya que no estamos de su parte. Junto con el cambio para complacernos viene el miedo a no complacernos. Invariablemente, le siguen la dependencia emocional e intelectual, baja auto-estima y falta de auto-confianza.
Incluso cuando intervenimos con un comentario casual sobre el juego imaginativo de nuestros niños, las dudas entran a hurtadillas. Lo que los niños están experimentando interiormente en estos momentos está muy a menudo lejos de nuestras suposiciones "educadas", por lo que el desconcierto se torna rápidamente en auto-rechazo y dudas sobre sí mismo. Además, los niños perciben la farsa y los comentarios condescendientes como lo que son, y pueden concluir que está bien ser falso y pretensioso.
De halagar a observar
Es difícil dejar de propinar halagos. Por un lado, estamos enganchados a nuestra preparación así como a la "venta agresiva" de la vaca sagrada llamada elogio. Por otro lado, somos fácilmente engañados: el niño elogiado por cada logro parece un niño feliz, exitoso, con alta auto-estima. En realidad, un niño como este ha cambiado al modo complaciente, alcanzando sus logros no por curiosidad personal o deleite, si no por el deseo de complacernos y cumplir con nuestras expectativas. Como el educador John Holt ha dicho de los niños, "A ellos les da miedo, más que nada, de defraudar o disgustar a los muchos ansiosos adultos que los rodean, cuyos ilimitados deseos y expectativas de ellos cuelgan de su cabeza como una nube"2 Es decir, la estima que nosotros percibimos no es auto-estima, ya que el verdadero yo ha sido perdido en los primeros años de este tipo de condicionamiento. La felicidad que nosotros vemos no es placer, si no más bien alivio de que otro acto complaciente ha sido realizado, asegurando aprobación de los padres (supervivencia emocional) y ocultando un sentimiento de profunda pérdida.
Los niños, también, pueden ser engañados para creer que este tipo de comportamientos complacientes se originan dentro y que tienen que ver enteramente con lo que ellos son. La decepción más grande viene cuando los niños crecen y se convierten en adultos aparentemente talentosos y felices. La psicoanalista Alice Miller, en su libro "El Drama del Niño Dotado", alerta sobre la lamentable convicción que se genera: "Sin estos logros, estos dotes, yo nunca podría ser amado...Sin estas cualidades, que yo tengo, una persona es completamente inútil". Miller continúa explicando por qué la realización basada en la complacencia niega la auto-comprensión y, a partir de esto, lleva a la depresión, sentimientos de "nunca es suficiente" y otros desórdenes emocionales, frecuentes en las personas más exitosas.
Para "seguir al tamborilero interior" una persona necesita ejercitar los músculos de la libre elección y auto-aprendizaje desde el comienzo. La dificultad que tenemos de confiar en la habilidad de nuestros hijos para flexionar estos músculos proviene de nuestra propia experiencia de no haber sido acreedores de confianza. Confiar simplemente no es natural para nosotros. Solo si hacemos un esfuerzo concertado para salir –y permanecer fuera- del camino de nuestros hijos, descubrimos la maravillosa verdad: la magia ya está en nuestros niños, lista para desplegarse a su manera y a su propio tiempo.
Casi todos los niños vienen al mundo equipados con un yo interior que es capaz de florecer a toda su capacidad. Una vez que es develado al crecer, este encaminará al niño a alcanzar destrezas y conocimiento y, en el proceso, auto-actualización. No tenemos el derecho de intentar controlar la dirección de este crecimiento. En lugar de usar varias formas de intervención para entrenar a nuestros hijos y así conseguir empatarlos con nuestra propia visión de ellos, necesitamos entrenarnos a nosotros mismos para respetar la creación de la naturaleza y salvaguardar su florecimiento completo y auténtico.
En realidad, el resultado final que estamos buscando –un ser humano capaz, con alta auto-estima, creativo, curioso y responsable- ya puede ser observado en un niño de dos años 4. Como se le ha permitido usar estas dotes en una manera auto-dirigida y de auto confianza, el joven desarrollará capacidades mientras aumentan estas cualidades deseables. La madurez vendrá luego como una expresión auténtica del ser, en lugar de un apaciguamiento frente a la autoridad de los padres y otras formas de dominación.
Permanecer fuera del camino nos brinda la oportunidad de convertirnos en observadores curiosos. Al mismo tiempo, nos libra de enfrentamientos de poderes y da comienzo a una forma infinitamente más agradable y enriquecedora de entender la paternidad. No conozco de una "diversión" más interesante, atractiva, fascinante y gloriosa en la vida que mirar a los niños desplegarse con libertad.
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