"Te voy a confiar un secreto: Hay una escuela donde no se aprende a deletrear, sino a cabalgar sobre ciervos.
Tampoco se aprende a mirar fijamente a la pizarra con ojos soñolientos, sino a navegar sobre nubes.
No a medir las carreras con cronómetro ni los saltos con cinta métrica, sino a bailar sobre el alambre.
No se aprende a bajar la cabeza ni a mirar de reojo al maestro, sino a domar monstruos. Tampoco a balbucear textos sino a reconocer huellas de hadas.
Y nada de que dos y dos son cuatro y la hora tiene sesenta minutos, sino a hacer magia y a soñar. No a estar sentado, en las bellas mañanas de primavera, en un aula que huele a trapo de pizarra y a ropa sudada, sino a oler como las flores.
No a pedir buenas notas y temblar cuando van a ser entregadas, sino a caminar sobre el agua.´ Allí tampoco se aprende que la luna empieza por L, estrella se escribe con LL, y que lobo tiene una B, sino a hablar el lenguaje de los animales.
No a estar sentado inmóvil y con la boca cerrada, sino a vivir en los árboles.
Y mucho menos a empujar a los demás: "¡Largo! Yo primero", sino a consolar a las personas tristes.
¿Que dónde está esa escuela? En el Valle del Mirlo, tres quilómetros más allá de Pentecostés. Se llama "La Escuela de los Niños Felices". Su puerta está abierta de par en par. Y si una día regresas, cuéntales a tus maestros dónde estuviste. Quizá comiencen a escucharte. "
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